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miércoles, 18 de junio de 2008

RAZONES

Cuando inicié mis estudios en lo que se llama hoy en Cuba el preescolar, allá por el año 1952, por supuesto que no tenía una visión del mundo tan acabada como puedo tenerla hoy, pero desde pequeño, la vida y las circunstancias me señalaban que Estados Unidos de Norteamérica era una nación muy grande e importante porque hasta los centavos de su moneda circulaban en la Isla.

La historia me señalaba que Lincoln, Jefferson, eran los paradigmas a seguir para cualquier persona que se preciara de luchar por la independencia y la libertad, por lo menos eso se decía no solo en la escuela, sino en la calle y en los periódicos de la época.

Todavía yo no sabía nada de la Enmienda Platt, y menos acerca de la participación de ese país en la guerra hispano-cubana, no para ayudarnos a alcanzar los sueños de los libertadores cubanos desde la memorable fecha del 10 de octubre de 1868, sino, para con el poder de su presión, convertirnos en una de las estrellas de la enseña norteamericana. Por lo menos esas eran las ansias desde los tempranos años de 1820.

Realmente, no tuve acceso a las verdades de nuestra historia hasta que después de 1959, se me pusieron las evidencias que argumentaban las realidades vividas por mi pueblo en su azaroso camino hacia la independencia plena.

Así pude saber de las vicisitudes de José Martí en las entrañas de lo que él llamó el monstruo, cuando eran abortados los intentos de los independentistas de enviar pertrechos de guerra para apoyar a los mambises que se batían en la manigua cubana, en desventaja en relación con los soldados peninsulares, pero armados de convicciones y afanes de libertad.

Todavía yo no sabía entonces las veces que el Gobierno de ese país frustró los planes de los cubanos en ese empeño de colaborar con la insurrección en la Isla, en el que se destacaron los tabaqueros cubanos de Tampa, a los que siempre agradeceremos ese gesto altruista y emancipador.

No sabía yo, que en aquel lejano enero de 1959, ese mismo gobierno de Estados Unidos ya planeaba sofocar a la Revolución triunfante con Fidel al frente, luego de mas de dos años de combates en las montañas y en acciones llevadas a cabo en las ciudades cubanas, organizadas por jóvenes dirigentes del Movimiento 26 de Julio, muchos de los cuales fueron salvajemente asesinados.

Ya en 1960 la contrarrevolución interna, apoyada y financiada desde Estados Unidos, cometía fechorías contra el pueblo que defendía a la Revolución, y entonces se iniciaron los atentados y los sabotajes a la economía nacional con el supremo interés de derrocarla y entregar las riendas del país a aquellos malversadores que en su huida hacia La Florida, se habían robado el dinero del Estado.

En ese punto de la historia, ya sabía la envergadura de la lucha que el pueblo cubano debía librar, ahora no contra una dictadura armada y sostenida por Washington, sino contra ese mismo Gobierno, que lanzando por la borda las ideas de sus fundadores, reafirmaba las evidencias de que sería el enemigo número uno del pueblo cubano.

La organización de bandas de contrarrevolucionarios en diversas partes del país, a las que suministraban armas de manera descarada y abierta desde aviones que salían de sus aeropuertos, los asesinatos de campesinos, la destrucción de sus hogares y la quema de sus siembras, ya eran razones suficientes para, desde la altura de mis trece años, tomar partido por la Revolución Cubana.

No solo era estar de acuerdo con el proceso revolucionario, también era preciso, como en el presente, participar de manera activa en todas las circunstancias que pudieran emerger.

El asesinato del maestro Conrado Benítez García conmovió a toda la nación en aquel año 1961, cuando nos disponíamos a hacer realidad la promesa de Fidel en las Naciones Unidas de eliminar en un año el analfabetismo en Cuba. Y me enrolé en el ejército más hermoso del mundo.

Éramos cien mil brigadistas, integrantes del Ejército de Alfabetizadores Conrado Benitez García, los que partimos desde nuestros hogares hacia los sitios más intrincados de las montañas y los llanos, a enseñar a leer y a escribir a los que no sabían, protagonizando el combate mas revolucionario y enaltecedor contra la incultura.

A estas alturas de mi vida, ya sé que no tendré honor mayor, que el de defender a la Revolución Cubana, no tendré gloria mayor, si es que la merezco, de seguir desde mi puesto haciendo lo que el momento exija para sostener este proyecto socialista que se empina en medio de dificultades, pero con optimismo, de las agresiones del Gobierno de Estados Unidos, ya derrotado en el empeño de destruirlo.

Autor: David Rodriguez

EL CHE

La única vez que vi al Ché debe haber sido entre los años 1963 ó 1964. Iba yo por la Plaza de la Revolución José Martí y en la misma esquina donde está el Ministerio de Comunicaciones y la Avenida de Rancho Boyeros, pasaba él en aquel emblemático auto norteamericano que utilizaba.

Jamás volví a verlo, pero siempre tuve la necesidad de hurgar en su vida revolucionaria, tan preñada de anécdotas y de hechos que hoy recoge la historia.

El Ché, a pesar de la propaganda que invade Internet, con comentarios desfavorables negando su altruismo y humanismo, resurge como un icono de grandeza tal, que los pueblos, alejados de las mentiras y tergiversaciones, lo asumen como lo que sigue siendo: un ejemplo de hombre revolucionario que desde su óptica luchó a favor de los pobres.

Un tiempo después, ya en andanzas periodísticas por la Sierra Maestra, he podido conocer más de su trayectoria, de su respeto a Fidel y a su consagración a la lucha por la liberación de los cubanos de aquella odiosa tiranía batistiana.

Campesinos curtidos por el trabajo, con manos agigantadas por el esfuerzo en el cultivo de la tierra, guardan del Ché las mejores imágenes y lo siguen considerando un guerrillero de altura cósmica, que no se quedó en Cuba luego del glorioso triunfo del Primero de Enero de 1959, sino, que, ya alcanzado el objetivo aquí, se lanzó, en cruzada intercontinental, a la lucha por las reivindicaciones de otros pueblos.

En esta tierra dejó familia, aquí nos enseñó a trabajar de manera voluntaria, él mismo se dedicó a poner en práctica esa modalidad en la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos en la propia Sierra Maestra, la primera gran obra del proceso revolucionario cubano, y en la que miles de niños de las montañas comenzaron a conocer el mundo a través de las letras que aprendieron a leer y a escribir.

Recorrió el país de un lado al otro, como Ministro de Industrias, recabando, en encuentros con obreros de ese sector, una mayor eficiencia en el desempeño de sus funciones, y expresó un pensamiento que sigue siendo una brújula para todos: ¨¨la calidad es el respeto al pueblo¨¨.

Los enemigos de la Revolución Cubana han tratado de demonizar su paso por nuestro país, y en muchas ocasiones le han hecho perversas acusaciones, carentes de fundamentos y de pruebas, alegando que era un hombre duro y que ´´ordenó el fusilamiento de centenares de contrarrevolucionarios´´.

Un planteamiento de ese tipo es inconcebible en una Revolución que jamás ha basado su defensa en actos de esa naturaleza, ni siquiera en la lucha armada de la Sierra Maestra, este proceso se permitió la más mínima tergiversación en cuanto a los derechos humanos, cuando aún en el mundo nadie hablaba de los mismos, y se violaban constantemente en países que hoy los tienen como ´´bandera´´.

Sería interesante preguntarle a esos ´´ ideólogos´´ las razones por las cuales nunca se han preocupado por los miles de asesinatos cometidos por la dictadura de Fulgencio Batista contra el pueblo durante su sangriento período al frente de un gobierno ilegal, basado en un golpe de Estado que cercenó las libertades públicas el 10 de marzo de 1952.

Parece una paradoja, pero en el sitio desde el cual se aguarda el fin de la Revolución Cubana, Miami, por los elementos mas recalcitrantes opuestos al proceso social cubano, viven y conspiran muchos de los asesinos del pueblo cubano, que amparados por el Gobierno de Estados Unidos de Norteamérica, no cesan en sus actos hostiles.

Pero el Ché siempre estuvo, está y estará por encima de esos que robaron el dinero del pueblo cubano y se fueron a La Florida, sitio seguro, garantizado por el imperio que apoyó a la dictadura de Batista hasta el último día de su existencia.

Y así, África le abrió los brazos cuando las grandes potencias colonialistas le robaban sus riquezas, (acción depredadora que continúa hoy), y necesitada de la lucha para liberarse, recibió a ese hombre que, acompañado por otros internacionalistas cubanos, abrió fuego contra la injusticia y la opresión.

La presencia del Ché en el continente negro, marcó un hito en la senda del internacionalismo proletario, una manifestación de amor a la humanidad que los enemigos de la liberación de los pueblos ven como una maldición comunista. Queriendo ocultar las razones, motivaciones y causas objetivas que han permitido, aún en medio del barraje de la llamada gran prensa del mundo occidental, el desarrollo de esos sentimientos.

El Ché está por encima de esos apocalípticos individuos, tanto, que no cejó en el empeño de ayudar a otros pueblos, y se lanzó a aquella cruzada en Bolivia, en un afán libertario que no concluyó con su proyección hacia la eternidad en la conciencia de los pueblos de Nuestra América.

Hoy el Ché sigue vivo, incluso en los ojos de aquel que, atemorizado, le disparó para que sucediera hasta hoy y para siempre, el parto que lo proyecta no ya solamente en las tierras americanas de Bolívar y de Martí, sino por todo el orbe, donde aún su estrella tiene mucho que iluminar.

Autor: David Rodríguez