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martes, 16 de junio de 2009

MIS DIAS EN SANTO DOMINGO

Hace ya algún tiempo tuve la ocasión de visitar a la República Dominicana, uno de los sueños de mi vida, forjados en los nexos históricos, culturales y de hermandad que han caracterizado las relaciones entre ambas naciones.

La ocasión, propiciada por una serie de conciertos que realizaría Pablo Milanés con su grupo en el hermoso Teatro Nacional, me permitió saludar a algunos amigos y conocer a otras personas del ámbito musical de ese país.

Al primero de esos amigos que llamé responde al nombre de Victor Victor, uno de los cantantes dominicanos más prestigiosos, muy conocido en Cuba por sus constantes visitas y presentaciones en varios sitios de la Isla.

Victor Victor fue extremadamente amable conmigo. Me llevó a su casa donde conocí a su esposa Sobeida y a sus hijos, fue un agradable reencuentro pues lo había conocido durante la primera visita que hizo a Santiago de Cuba, acompañando a Sonia Silvestre, formidable intérprete de Quisqueya.

Fui hasta el Motel Versalles, haciéndole compañía a Rolando González, uno de los más brillantes periodistas santiagueros, lamentablemente fallecido, quien hizo entrevistas a Sonia y a Victor para su programa Domingo 11 p.m. de CMKC Radio Revolución.

De ese instante quedó una foto de Victor Victor que le llevé como recuerdo de su estancia en Santiago de Cuba, gesto que él agradeció mucho.

En la capital dominicana me hospedé en el Hotel Sheraton, convenientemente situado frente al hermoso malecón de esa urbe, donde se mezcla la cultura de los países caribeños.

Uno de esos días me encontré en el vestíbulo del hotel con Kaki Vargas, a quien había conocido durante el Festival Internacional de Varadero 1988, evento en el que participó como integrante de la Orquesta de Dioni Fernández, prestigioso merenguero dominicano.

Kaki ya no estaba en la agrupación de Dioni, ahora estaba en la orquesta de Sergio Vargas, su hermano. Sergio amenizaba una fiesta de quince años en la lujosa área reservada para eventos especiales del Sheraton y me invitó a esa celebración, claro que con la anuencia de los dueños del festejo.

Eran personas de mucho dinero a juzgar por lo que vi en cuanto a bebidas, comidas y la ropa de marca que llevaban los invitados.

Nunca había estado en una fiesta de cumpleaños rodeado de gente tan rica. Pero disfruté la velada donde me atendieron, gracias a Sergio con categoría VIP.

Durante mi estancia en Santo Domingo, solo fui una sola vez a la cafetería del Sheraton, desde donde salté para la parte posterior del hotel donde tenían sus pequeños restaurante emigrantes haitianos, que cocinaban con un extremo gusto y limpieza.

También iba de vez en cuando al restaurante Dumbo, cerca del cementerio, cuyo dueño era un ¨¨exiliado¨¨ cubano que le pedía a sus empleados tratarnos de la mejor manera posible, pues creía que de no ser así le quemaríamos su negocio. Que tontería!!

Pero una noche sentí en carne propia los rigores de esa sociedad, en la que el servicio eléctrico solo funcionaba pocas horas al día.

Resulta que ya bastante tarde Aranguito, músico del Grupo de Pablo Milanés y amigo inolvidable, me invitó a merendar en los establecimientos móviles dispuestos frente al hotel y hacia allá fuimos.

Pedimos sándwiches y refrescos y a la hora de disfrutar de esa comida ligera, sentí que tiraban de la pierna derecha de mi pantalón. Aranguito me dijo no mires, no mires, pero la presión era mucha para dejar de observar a quien me sacudía.

Al mirar hacia abajo encontré unos hermosos ojos que hablaban por sí solos. Era una niña de siete años que me lanzó un grito desde su inocencia: ¨¨Señor. Tengo hambre¨¨.

Aquello sacudió mi conciencia y pedí para ella otro sándwich, iba ya a dárselo cuando me dijo: ¨¨No soy yo sola, allí están mi mamá y mis tres hermanas¨¨.

Faltó poco para que comenzara a llorar, pero mi reacción fue darles lo que quedaba de mi magra dieta del día.

Acompañé a la niña hasta donde estaban su mamá y hermanas. Le pregunté a señora el lugar donde vivían y me señaló un sitio debajo del malecón, una furnia. Allí mal vivían esos seres humanos.

Todo eso ocurrió entre la una y treinta y dos de la madrugada de un día que prefiero no volver a recordar.