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domingo, 2 de octubre de 2011

HERIDA QUE COMPARTIMOS



Frente a Juana Quintosa, una madre que disimula sus quebrantos hablándonos de la combinación de rigor y dulzura que emplea para encaminar a los nietos huérfanos, es imposible sustraerse de los días en que los apellidos Pérez Quintosa paralizaron el sosiego de casi todos en Cuba

Marianela Martín González
marianela@juventudrebelde.cu
1 de Octubre del 2011 23:07:43 CDT
Los ojos de Juana Quintosa, por más que lo intenten, no pueden esconder la tristeza acumulada en una madre que ha perdido tempranamente a todos sus hijos.
El último golpe que le dio el destino todavía está muy fresco, fue hace solo un lustro al fallecer su hija, debido a una enfermedad terminal. Pero mucho antes, hace 20 años, siendo Juana todavía una mujer feliz, supo del dolor sin previo aviso, al apagarse la vida de Rolando Pérez Quintosa, su varón de 23 años.
Frente a esta mujer que disimula sus quebrantos hablándonos de la combinación de rigor y dulzura que emplea para encaminar a los nietos huérfanos, es imposible sustraerse de los días en que los apellidos Pérez Quintosa paralizaron el sosiego de casi todos en Cuba.
Transcurría enero de 1992 y el joven combatiente del MININT se debatía entre la vida y la muerte. Había sido baleado en un acto terrorista cometido por siete apátridas que intentaron robar una lancha para huir a los Estados Unidos.
Como consecuencia de ese acto vandálico, conocido como el suceso de la Base Náutica de Tarará, fueron asesinados al instante los combatientes del MININT Rafael Guevara Borges, Orosmán Dueñas Valero y Yuri Gómez Reinoso. Hombres humildes que engrosan la larga lista de las miles de víctimas del terrorismo que ha sufrido el país.
Este sábado, en la casa de Pérez Quintosa, ubicada en el municipio capitalino de Guanabacoa, dirigentes de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) e integrantes de la Organización de Pioneros José Martí, evocaron el triste suceso del 8 de enero de 1992.
La madre del mártir recordó que su hijo sobrevivió en el ataque, pero murió el 17 de febrero por causa de una infección que pudo eliminarse con un medicamento procedente de Estados Unidos, que por culpa del bloqueo económico y comercial no pudo adquirirse de manera urgente. «Nos llegó luego, mediante un amigo de Cuba, pero fue tarde».
Leira Sánchez Valdivia, miembro del Buró Nacional de la UJC, calificó aquel momento como una de las páginas más conmovedoras que ha vivido el pueblo, pues la Isla toda estaba al tanto de la recuperación de aquel joven lleno de sueños.
Rolando Pérez Labrada, quien solo tenía cinco meses cuando murió su padre, conversó sobre las experiencias en la lucha contra el terrorismo de la Universidad de Ciencias Informáticas, donde cursa el tercer año de la carrera.
Con sobriedad aclaró que no fallará a los principios que María Cristina Labrada, viuda de Pérez Quintosa, le recalca y siempre esgrime como tabla salvadora para que sea un hombre de bien.
La de Pérez Quintosa forma parte de una representación de familias visitadas en el país por jóvenes de las diferentes organizaciones estudiantiles, para llevar un mensaje de aliento y tratar de aliviar un dolor que ni con los años se calma.
El gesto cobra especial valor, al producirse en días próximos al 6 de octubre, Día de las Víctimas del Terrorismo de Estado, por los sucesos acaecidos en igual fecha hace 35 años. En esa ocasión murieron, debido a la voladura de un avión de Cubana de Aviación, 73 personas, la mayoría de ellas muy jóvenes; mientras los gestores de tal monstruosidad se pasean libres por las calles de Estados Unidos.

RENÉ TIENE UN SUEÑO PARA SU LIBERTAD


Ahora que su hermano mayor está a punto de dejar atrás las rejas después de 13 años de injusta prisión, Roberto González rememora una vida de complicidad entre ambos. Asegura que para Rene lo fundamental es seguir siendo útil, hacer por los otros Cuatro, y por su país
Alina Perera
perera@juventudrebelde.cu
1 de Octubre del 2011 21:38:48 CDT
Esta es una de las entrevistas más bellas y cómodas que he hecho en mi vida. Así lo sentí desde que la grabadora empezó a andar y Roberto González, hermano del compatriota René y parte del equipo legal que defiende la causa de los Cinco, comenzó a responder un montón de preguntas, ahora que Rene (así sin acento en la segunda e, como suele nombrarlo mi entrevistado) saldrá pronto de prisión.
Hablo de belleza por el tema esencial del diálogo: un hombre aporta detalles sobre su hermano mayor, y así nos muestra a un ser humano de paz, que no constituye peligro para sociedad alguna. Y hablo de comodidad porque a Roberto lo conozco desde que era recién graduada, desde los días en que Sarita Cotarelo, su esposa y novia de la adolescencia, se mostró ante mí en un pasillo de Juventud Rebelde —adonde, como yo, pertenece—, y con su gran bondad de siempre me invitó, en calidad de psicóloga y colega, a trabajar juntas en largos y apasionantes trabajos sobre la espiritualidad del cubano.
En una noche calurosa de La Habana, acompañado de sus dos hijos varones —que por cierto se llaman Roberto y René—, disfruto a un interlocutor que coloca cada palabra con precisión de relojero, y que busca en su memoria todo cuanto le pido en aras de dibujar la estirpe de una familia de la cual solo han podido salir hombres buenos.
—Te escuchaba hablar del momento en que nació René. ¿En qué año?
—En 1956. Soy el segundo. Nos llevamos un año y diez meses.
—Es poco tiempo…
—Por eso quería tener dos hijos del mismo sexo y que se llevaran poco tiempo. Por mi experiencia con René.
—Podían tratarse entre sí como hermanos gemelos…
—Prácticamente. A estas alturas de la vida nuestros padres se siguen enterando de cosas sobre nosotros que no supieron nunca.
—¿De niños nunca René abusó de ti por ser el mayor?
—Jamás.
—¿Dónde nacieron?
—En Estados Unidos. Chicago.
—Remóntate, por favor, a tus primeros años…
—Me es muy difícil. Sí recuerdo bromas que Rene me hacía. Pero de Estados Unidos lo que más recuerdo es un incendio que hubo en el barrio.
—¿Quiénes vivían en la casa?
—Los viejos y nosotros.
—¿Por qué en Chicago?
—Ahí fue donde papi consiguió trabajo, en la industria del acero. Nos asentamos en un pueblecito llamado Indiana, en un apartamento pequeño.
—¿René y tú tienen personalidades diferentes?
—Creo que él siempre fue más noble que yo.
—Te conozco. En ti hay mucha nobleza.
—Pero no conoces a René. Cuando lo conozcas me vas a dar la razón. Siempre ha sido mi protector. De niño era realmente muy cómodo ser su hermano menor. Él era fuerte, grande. Le gustaba el deporte, el buceo. Es una persona que sabe nadar muy bien, que tiene mucha fuerza.
—¿Cómo era la relación al interior de la familia?
—Nosotros dos quizá seamos de los pocos hijos de padres divorciados que no nos traumatizamos. Tuvimos, y tenemos, una relación muy bonita con nuestros padres. Cuando ellos se divorciaron nos sentaron a los dos, y conversaron mucho con nosotros. Recuerdo ese día perfectamente bien.
—¿Qué edad tenías?
—Unos siete años. Recuerdo que yo lo entendí. Nunca vimos problemas entre nuestros padres. Hubo una separación momentánea antes del divorcio, como casi siempre pasa, un distanciamiento de meses. Nos fuimos con mami para casa de unos tíos. Ese fue el preludio del divorcio.
«A René el divorcio le afectó más que a mí. Por eso te digo que es más noble. Yo lo entendí y lo vi natural, y nunca sentí necesidad de que mis padres volvieran a unirse. Pero Rene sí».
—Se criaron con Irma, una madre y mujer especial.
—En verdad nos criamos con los dos. Papi siempre estuvo cerca. Vivir con mami era un privilegio para cualquier hijo, pero salir con papi a trabajar un fin de semana también lo era. Es igual que Rene.
—Tu hermano iba más adelante si de cursar estudios hablamos, por la edad. ¿Te mirabas en él como ejemplo?
—Nosotros, los dos, no éramos modelos para nadie. Éramos estudiantes medios; no nos interesaba el cien; no estábamos en eso de ser el mejor del aula o ser los primeros.
—¿Y qué decían que querían ser cuando fueran adultos?
—Lo primero que Rene dijo que quería ser era piloto. Porque tuvimos dos primos pilotos, pero sobre todo uno que fue el de la infancia y que murió en la aviación, en un accidente aéreo. Mi hermano probó la aviación con cinco años de edad, y eso lo marcó para siempre. Dondequiera que él divisaba un avión se volvía loco.
—Y estudió aviación…
—El camino no fue tan rápido ni tan directo sino bastante azaroso. Entró a los Camilitos con la idea de hacerse piloto, pero en octavo grado cogió hepatitis y estuvo como tres meses sin ir a clases. Cuando regresó al aula, suspendió Matemáticas y resultó baja académica. Entonces se incorporó a la Secundaria en la vida civil. Vivíamos en el Cerro. En ese momento lo llamaron del Servicio Militar por una resolución de las FAR, una orden según la cual todo el que fuera baja de los Camilitos tenía que pasar el Servicio.
«Ya él cursaba el décimo grado, y lo habían convocado para que se incorporara al Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce, como profesor de Física. Allí se enamoró de la carrera. Se sentía a gusto, tenía muy buenos alumnos, daba muy bien las clases, siempre le gustó mucho la Física y lo relacionado con la lógica, con la concatenación de hechos.
«Por eso se fue muy disgustado para el Servicio Militar. Casi hubo que darle terapia de psiquiatría. Mami y papi hablaron mucho con él, porque ya estaba dentro del Destacamento, hasta una escuela tenía asignada en Alquízar.
«Por suerte, estando en el Servicio Militar, se enamoró del tanque. De hecho nosotros fuimos en bicicleta hasta Guanajay a buscar piezas para ese tanque…».
—Los dos…
—Tremendo día ese. Buscar la pieza en Guanajay para llevarla hasta Colinas de Villa Real. Es una gran distancia. El tanque suyo tenía luces interiores, cojín en el asiento. Aquello era una belleza. Lo tenía como si fuera un carro para pasear a la novia. Siempre estaba buscando los detalles.
—Y cuando termina el Servicio…
—Entramos en la etapa de las misiones internacionalistas. Y para Rene eso fue un propósito muy fuerte. A él le dan la baja en el Servicio, y estando en ese proceso movilizan a su unidad. Entonces se reincorpora, y se va para Angola, por dos años.
—Como tanquista…
—Y yo a querer irme con él.
—Regresó de la guerra…
—Vino de Angola. Si le dices que regresó de la guerra te dirá que es mentira porque no estuvo en la guerra: él ha escrito sobre eso. No tiró un tiro; y nadie le tiró a él. Estuvo en un lugar donde simplemente se estaba preservando la integridad de un territorio, pero nadie entró a arrebatar esa integridad.
«Regresó, y ahí empezó de nuevo su lucha con la aviación. Cuando estaba en el proceso de baja del Servicio, contactó con gente de la aviación, en el aeropuerto. Recuerdo que a un compañero le llamó mucho la atención la insistencia de René, y después que él se fue para Angola, ese hombre lo buscó en casa, pues se había desocupado una plaza en el aeropuerto. René le había dicho que si se desocupaba cualquier plaza él la quería, aunque fuera limpiando cristales.
«Buscaba estar cerca de las convocatorias de la Escuela de Aviación. Siendo trabajador de Cubana de Aviación tendría prioridad. Cuando regresó de Angola vio que la convocatoria de la Escuela de Aviación demoraba unos meses, y entonces fue a 27 y M, en el Vedado, al Centro de Aviación Agrícola, cuya escuela estaba en San Julián, provincia de Pinar del Río.
«Tenía que esperar unos meses y se puso a trabajar de estibador en la fábrica de detergente que está en la calle Manglar, cerca de Cuatro Caminos. Cuando se presentó la convocatoria él fue, hizo los exámenes, y así entró en la Escuela de Aviación.
«Ahí, por primera vez, se convirtió en un ejemplo: era el mayor del curso; ya había pasado el Servicio Militar; tenía más años que los demás; ya había estado en Angola. Se esforzó de verdad y logró ser el primer expediente. El curso duró tres años. Se hizo piloto y lo ubicaron en San Julián».
—Estaba realizado…
—Decía que no trabajaba, que le pagaban por divertirse.
—Y mientras tanto tú…
—Casi me hago piloto. Porque lo acompañaba en su afán de repasar y aprender la lista de chequeo de un avión. Se trata de una acción mecánica, que hay que saberse de memoria. Yo cogía la lista de chequeo; él la enumeraba y mi papel era decirle dónde se había equivocado para que volviera a empezar.
—Estudiaste y te hiciste abogado.
—Hubiera sido psicólogo, médico o abogado. Siempre quise una carrera vinculada a la posibilidad de ayudar a las personas.
—Nadie podía imaginar que cuando estudiaste Derecho, años después ibas a ser tan necesario en un momento difícil de René. ¿Cuándo tuviste claro que entrarías en una batalla para ayudarlo?
—Nunca he estado en esta historia para ayudar a mi hermano. De hecho, en ninguna reunión de abogados, en 13 años, he hablado de mi hermano. Hablo siempre del caso de los Cinco. ¿Prioridad?: Gerardo. Es lo que más me interesa.

La ida

«René se fue de Cuba en diciembre de 1990, en una avioneta de fumigación. Había ido a trabajar a San Nicolás de Bari como instructor de aviación», recordó Roberto.
—¿Cómo llega la noticia?
—Me llama su esposa. Estaba yo trabajando en la microbrigada. La noticia era: «Aquí estuvo un compañero para decirnos que René despegó al mediodía y no aparece». Eran las siete de la noche.
—¿Y qué pensaste?
—Que se había matado.
—¿No te pasó por la mente que se había ido del país?
—No.
—¿Cuándo confirmas que está en los Estados Unidos?
—Ese fue el fin de semana más negro de mi vida. Empecé a exigirle a los compañeros de las FAR la búsqueda de René. Pensé que se había estrellado contra una mata, o contra una loma. Eso fue un sábado a las siete de la noche. Fui para casa de mi cuñada. Él le había dejado a ella un dinero guardado en una revista Bohemia, y en la página donde ese dinero estaba había publicada una canción de Pablo Milanés. Pensé: ¿Qué hace eso justamente ahí? Pero yo tenía la respuesta: mi hermano no es traidor ni a jodidas, me dije.
«Nos pasamos el fin de semana esperando. Papi dijo: “Bueno, tengo que conservarme bien para cuando él regrese…”».
—Eso dijo el viejo…
—Así mismo. Todos reaccionamos igual. Hicimos un pacto de familia. En el fondo no creíamos nada de lo que estaba pasando. Cuestión de tiempo, dijimos. Entonces el lunes por la mañana se confirma, por una entrevista que da René a la emisora subversiva Radio Martí, que se había ido para los Estados Unidos. Cuando escuché aquello sentí que no era René. Habló de cosas que no tenían sentido, que no concordaban con la educación que nos habían dado.
«Además, si tú tienes una niña de seis años y una esposa y la situación económica se pone compleja, cómo te vas a ir, es al revés. Te debes quedar. Eso fue lo que nos enseñaron en la casa: que uno no abandona a la familia. Porque no se trata de mandar 20 o 40 pesos: el día que la niña tenga fiebre hay que estar ahí. Esa historia de la partida no encajaba. Él y yo habíamos dormido cabeza con cabeza, de modo que no me creía esa historia».
—Son almas gemelas…
—¿Sabes cuál es el secreto entre dos buenos hermanos?: que cada uno piense que el otro es el mejor.
—¿Él piensa eso de ti?
—Sí. Él ve mis virtudes. Y yo las de él. Fuimos muchachos normales. Una vez tuvimos una discusión por un juguete, y mami nos lo quitó y se lo dio al primer niño que pasó por la calle. Nos dijo que si no sabíamos jugar con un solo juguete, que si íbamos a ser infelices con algo que ella había comprado para que fuéramos felices, pues no habría nada.
«Y la última discusión creo que la tuvimos cuando tenía yo 13 años. Al unísono los dos paramos de discutir, nos miramos y nos preguntábamos por qué era aquello. Nos dimos la mano y dijimos: “última discusión”. Y así fue. Sabemos usar juntos lo mismo una bicicleta que un automóvil.

El arrestro, y la batalla

—En 1998 es el arresto, ¿se comunicaron entre 1990 y ese momento?
—Casi no hubo relaciones. Olguita, la esposa, se fue en 1996. En 1998, una persona en La Lisa, vio la noticia de que Rene había caído preso. Cuando la información llegó a la casa, ahí dije: «ese sí es mi hermano». Y pensé entonces que había un gran problema, y que iba a ser muy difícil de resolver. Así se lo expresé a mami: “esto es complicado”».
—¿Cómo te sumerges en la historia desde tu oficio?
—Soy abogado de un bufete internacional. Tengo relaciones con embajadas de otros países a partir de haber defendido varios casos. Soy ciudadano americano, hermano de René. Tuve ciertas facilidades, y conté con el apoyo de mi oficina que ya había trabajado asuntos como el de los terroristas que vinieron a Cuba a poner las bombas.
«Actualicé los documentos pertinentes, entre ellos, la certificación de nacimiento en Estados Unidos que me mandó René en una de las pocas veces que tuvimos contacto, junto con una cachimba, y una nota: “Esto es por si tu hijo se decide a venir a verme”. La pipa era la de la paz».
—¿Cuándo lo viste por primera vez en los Estados Unidos?
—Ya estaba preso en una prisión de Miami. Fue en febrero de 1999. Antes él me había estado preparando psicológicamente. Hablamos por teléfono y me dijo que entraría esposado, que entre ambos habría una reja. Le dije que sabía lo que era una cárcel, que las conocía por mi trabajo, que no se preocupara. En el momento del encuentro no me sentí impresionado con nada. Él tampoco. Fue como si nos hubiéramos visto el día anterior.
—En todos estos años de prisión de René, ¿en qué has sentido que cambió?
—Si algo uno puede decir de René es que no ha cambiado. Siempre dijo que él tenía que salir de la cárcel más fuerte y más inteligente, y que si lo lograba habría ganado la batalla. Y sí: saldrá más fuerte y más inteligente.

La sentencia

«Las acciones que no favorecen a los acusados sino que los perjudican, que van contra las costumbres, contra lo normal, contra lo general, evidentemente son acciones políticas, no legales. Y René y su familia están pagando, por fundamentos políticos, un precio muy alto», reflexionó Roberto.
«Ha estado todos estos años sin ver a su esposa por ejercer el derecho a defenderse, que es un derecho constitucional, porque en el acuerdo inicial que le propusieron debía reconocer culpabilidad para no ir a juicio, y ya estuviera en libertad, hace mucho tiempo, si hubiera firmado el acuerdo. Pero él dijo que iba a juicio. Debía reconocer una cosa que no había hecho, decir que estaba cometiendo un delito contra los Estados Unidos.
«La sentencia de René no debió ser nunca de 15 años de privación de libertad. A él lo sancionan por dos delitos: ser agente de un Estado extranjero sin notificarlo al Fiscal General de los Estados Unidos, ante lo cual defendimos al acusado con la teoría de la justificación y necesidad para la lucha contra el terrorismo, algo que la Corte no aceptó. El otro delito es de conspiración, consistente en haberse puesto de acuerdo con alguien para cometer un delito contra los Estados Unidos.
«René se puso de acuerdo con el Gobierno de Cuba para ser un agente del Estado cubano, sin decírselo al Fiscal General. Ese es el delito: no decírselo al Fiscal General, solo que si se lo decía no hubiera descubierto un solo hecho contra Cuba por estar tratando de descubrir acciones de gentes protegidas y apoyadas por el Fiscal General.
«Por el delito de agente te pueden sancionar a diez años de cárcel. Por el delito de conspiración, a cinco años, pero a la vez que tú eres agente ya conspiraste, porque el delito de conspiración es ponerse de acuerdo con alguien, y a la vez que tú decides ser agente de alguien ya te pusiste de acuerdo.
«Entonces el delito de conspiración está metido dentro del delito de agente. La ley dice en esos casos que la sanción se pone de manera concurrente. A él debieron haberlo sancionado, de aplicarle la sanción máxima (porque están la posibilidad de menor tiempo, e incluso una multa), a diez años de privación de libertad. En las regulaciones de prisiones hay 52 días de beneficio de libertad por cada año que transcurre con buena conducta. Por eso es que René sale a los trece años y un mes, porque se fueron rebajando 52 días de cada uno de los años, y eso da ahora trece años y un mes, tiempo en que puede René cumplir su sanción por ese beneficio.
«Pero lo que estamos hablando es en base a 15 años, cuando en la regla lo que está estampado es que sean diez. La jueza decidió que fueran 15 porque el Gobierno se lo pidió. René debió salir a los ocho años de cárcel si la jueza hubiera aplicado la regla correctamente, si lo hubiera sancionado a diez años al ver la concurrencia de los delitos.
«El Fiscal había dicho que a René había que haberlo condenado a cien años; que era el peor de todos. Lo tomó como un asunto personal: por el tema de la ciudadanía norteamericana, por su alegato, por la forma en que habló, y por el daño que les hizo en la defensa de Gerardo: como piloto, cada vez que asistía a juicio un experto del Gobierno y René le decía al abogado de Gerardo “pregúntale tal cosa”, los fiscales se recomían el hígado».
—¿Qué momento fue el más difícil para René en todo este tiempo en prisión?
—La impotencia por no poder hacer algo en la lucha por Elián González. Él siente que si hubiera estado en la calle, se hubiera puesto de inmediato en función del niño.
—El pasado 16 de septiembre la jueza Joan Lenard, del Distrito Sur de la Florida, rechazó la moción presentada por René González en la que solicita que se le permita viajar a Cuba y residir aquí, en lugar de pasar la etapa de su «libertad supervisada» en territorio norteamericano. ¿Qué implicaciones podría tener para él salir de prisión y tener que permanecer en los Estados Unidos?
—René no está limitado a un territorio. Lo estuviera si él no tuviera casa, si no tuviera una elección. Esa «libertad supervisada» no tiene que ser en Miami, no tiene que ser en la Florida. Él puede irse a Chicago, o a otro lugar. El riesgo para su vida no se puede limitar a Miami. Si te pones a ver dónde un proyectil ha alcanzado a un cubano, ha sucedido en Puerto Rico, y en otros puntos geográficos.
«No se puede asegurar que haya personas pensando en hacerle daño a René, pero lo cierto es que el peligro es una posibilidad real».
—¿Se puede revertir la negativa de la moción?
—La moción, según lo escribió la propia jueza, no es definitiva. La argumentación de la jueza para negar a René el regreso a Cuba es que se trató de una petición extemporánea, porque fue antes de tiempo, y que no puedes pedir que te modifiquen la condición de «libertad supervisada» impuesta cuando la sentencia, sin haber empezado a cumplir esa «libertad supervisada». René puede hacer su petición después, cuando salga de prisión.

La libertad

—¿René ha hablado sobre cómo asumirá la nueva etapa que vendrá?
—Lo fundamental es hacer por los otros Cuatro todo lo posible, ser útil. El principio fundamental de la vida de René es la utilidad. Es la educación que ha recibido.
«Él tiene un propósito; lo está cumpliendo hace un tiempo en esa estrategia de salir más fuerte y más inteligente: está estudiando Economía hace dos años. Incluso una de las cosas, según me cuenta, en la cual se está entreteniendo para no pensar en la salida, es en el estudio de la Estadística. Dice que lo está golpeando, que está fuerte».
—¿Cómo habla de su estancia en Cuba?
—Habla de seguir trabajando. Le gustaría conversar con los vecinos, o ponerse a «mecaniquear» un carro en la calle… Él tiene en mente un proyecto agrícola, de autoabastecimiento. En eso anda. Y yo pienso acompañarlo.
—No dudo que él lo haga; y no dudo que tú lo sigas…