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viernes, 8 de noviembre de 2013

LA LUZ DE LOS NECIOS




La lluvia y la noche conspiraron creando abismos, rompiendo puentes,  ante la maravilla de un suceso musical de una profunda sensibilidad artística del cual surgió el sol como arquitecto de la luz y hacedor de caminos.

Era de noche y llovía, pero los necios, sin los cuales este mundo sería muy aburrido, tomaron la sala por asalto, armados por el amor y la devoción a un cantante que traspasó fronteras y alzó la bandera de la ternura en la escena.




Aquella voz fresca, convincente se nos presentó arropada por exquisitas cuerdas, metales, percusión, coro, y por encima de eso la excelsitud de la orquesta que demostró su valía como patrimonio cultural de Cuba.

No fue una jornada para frivolidades o concesiones estético-musicales, sobre el escenario allí solo hubo autenticidad, respeto y homenaje al hijo pródigo de San Antonio de los Baños.

Bayamo, que ha demostrado que la necedad es necesaria y útil en el transcurso de su historia, abrazó a los artistas como se hace con el cirujano que nos salva la vida, eso sucedió en este memorable concierto.



Y es que cuando el arte se erige en valladar, cuando a través de la música se entienden las coordenadas que nos pueden conducir a levantar lo que es válido, entonces estamos ante un suceso cultural imprescindible.






Lo es porque el lirismo, las musas, las imágenes que la poesía nos entrega, sustentado en una música que nos eleva el espíritu hasta convertirnos en protagonistas del hecho trascendente de esa obra de arte.

Silvio estaba también en el escenario, no solo a través de sus composiciones, sino reafirmando al mismo tiempo las ideas que sustentan, los caminos que abren, los puentes que se erigen con sus elucubraciones.

Los esquemas estallaron una y otra vez en el escenario pues Augusto Enríquez resucitó canciones que parecían tocadas con el maleficio del olvido y les dio vida, para que no salgan de la memoria popular.

Fue un concierto de gran estatura poético-musical que permitió al público bayamés, disfrutar de una velada de lujo con la actuación de la Orquesta Sinfónica Nacional.



La batuta del maestro Enrique Pérez Mesa trazó las líneas imaginarias que se convirtieron en sonidos, hermosos, sublimes, sinceros, salidos de las almas de sus músicos a los que no olvidaremos jamás.

Así quedó conjurada la conspiración de la lluvia y la noche este jueves, desaparecieron los abismos, surgieron los puentes por el que pasaron los necios, los que no se amilanaron, los que al final, triunfaron.